Panteras tintadas en un equilibrio asimétrico como un estruendo de furor vertebrado de mágica musculatura propagada con la violencia de una estrella una nace.
Velocidad eléctrica, negra suburbano y azul incandescente, fulminantes son tus garras de oxidada munición de post guerra.
Tu respiración es como un claroscuro hierático que irrumpe en el equilibrio del llamear incesante de la vida, esa dulce ácrata que insistentemente tratamos de dotar de sentido.
De madrugada el sol blanco aún no laxa, ni descubre las ampollas en las manos que nunca acariciaron la tierra.
La mañana en alza tentando tubérculos, con el riesgo de tomarme en serio pensando demasiado en lo inutil y absurdo.
Surcos, calzadas incas, los azadones muerden la tierra como los guaraches llanteros del chasqui que corre para deleite de los turistas prototípicos.
Mis manos tratan de reconocer lo que en mis oídos no sale de lo éxotico, palpo contornos arenosos ahuecados por el serpenteo anárquico de las lombrices contemporáneas.
Los sacos serigrafiados se levantan como árboles mochos que rebosan frutos de las tinieblas uterinas de la Pachamama.